Una entrevista de Grace Morales y Fran G. Matute para Jot Down.es
"Cada programa es un milagro"
Una vida consagrada a la radio
musical, eso es Juan de Pablos (Cáceres, 1948). El locutor más
personal de la radio española lleva cincuenta años relatando sus experiencias
entre los surcos de sus discos, sirviendo a su vez de puente entre
generaciones. Sus oyentes lo siguen con el
mismo asombro de siempre, por su brutal sinceridad y por la sensible erudición
que ofrece en sus comentarios musicales, ya sea sobre un artista de la canción
francesa de los años sesenta o un grupo debutante del pop español. Personaje irrepetible, dotado
de una mirada especial, conduce desde Radio 3 su programa-leyenda, 'Flor
de Pasión', como muy pocos se atreverían. La figura de Juan de Pablos tiene,
sin duda, un lugar de honor entre ese grupo inolvidable de divulgadores de la
música popular que convirtieron emisoras como Radio Popular FM, Radio España FM
Onda Dos o Radio Juventud en auténticas academias de actitud y renovación,
culturizando por el camino a miles de jóvenes de este país. La vida de Juan de
Pablos es por tanto la historia de la radio musical en España. Su trabajo es,
por encima de todo, una impagable fuente de inspiración.
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Juan de Pablos, un resistente, en una fotografía de Begoña Rivas |
-Cáceres, Pamplona, Zaragoza,
Madrid. Todos estos cambios de domicilio en tan poco tiempo se debían al hecho
de que tu padre era militar y lo cambiaban constantemente de destino.
-Sí, y eso también me influyó
mucho, claro. Hasta que no llegué a Madrid no pude nunca echar raíces, así que
la radio ha sido para mí tanto una válvula de escape como un refugio. Yo era
muy seguidor de El Gran Musical. Era un programa muy interesante
porque ponían todas las listas de éxitos: la americana, la inglesa, la
francesa, la italiana incluso. Luego, en el diario Pueblo publicaban
las listas semanales, con los diez primeros títulos, y tú estabas ahí
pendiente, porque si un disco entraba en esa lista lo publicaban luego en
España. Yo veía que ahí estaban los Byrds, The Mamas &
The Papas con «Monday, Monday», y yo, ahí, expectante: «¡A ver si lo
editan!». Una vez escribí al programa
contestando a un concurso que habían organizado, en el que querían saber un
poco de las vidas de sus oyentes, de nuestros gustos y tal. Me acuerdo que fue
en un verano en el que me habían quedado muchas asignaturas. Me iba a tirar
todo el mes de julio en Madrid, prácticamente hasta septiembre, así que para
desahogarme escribí la carta aquella, pero luego me olvidé. Después de los
exámenes de septiembre estuve en la playa, y mi padre, un día que volvió para
buscarnos y regresar a Madrid, me dijo que me habían estado llamando mucho de
Radio Madrid. Por lo visto me habían convocado a una reunión importantísima
para el primer sábado de octubre, y allí que fui yo al edificio de Gran Vía 32,
a la segunda planta, y quedé deslumbrado. Me topé con Tomás Martín
Blanco, Rafael Revert, José María Íñigo (que
era entonces corresponsal en Londres), Miguel de los Santos, Mariano
de La Banda… Ese verano comenzaron a emitir,
en pruebas, Los 40 Principales, y yo entré como de asesor, o algo
así, para ayudar a seleccionar aquellas canciones que podían convertirse en un
éxito. Rafael Revert conducía el programa, que en el fondo estaba muy influido
por Caravana, de Ángel Álvarez. Sabían que aquel
programa iba a ser importante, porque los discos que pinchaban estaban en las
tiendas y se podían comprar. Me acuerdo que empezaron poniendo canciones de
los Four Seasons, «The Sun Ain’t Gonna Shine Anymore», de los Walker
Brothers, el «Bus Stop» de los Hollies… Allí escuché por
primera vez a los Yardbirds. Había una especie de kiosco allí mismo
donde podías comprar los discos. Cada semana, Rafa Revert presentaba una lista
nueva, y yo iba al kiosco aquel corriendo como un loco. Aquello me influyó de
forma muy clara. Yo pensé que había entrado en La Meca. El propio Revert me lo
decía de vez en cuando: «Has empezado a
trabajar en el Real Madrid, pero en realidad tendrías que haberte fogueado
antes en otras divisiones» [risas].
-Por lo visto los discos que
tú escogías no los seleccionaban nunca.
-Sí, es verdad. Todo lo que yo
seleccionaba para el programa lo descartaban directamente [risas]. Mi
intervención era como una reducción al absurdo, pero con eso se aclaraban. Me
acuerdo de que en aquellas semanas, entre los primeros discos, seleccioné uno
de los Herd, «From the Underworld», que estaba en el Top 10 y que a
mí me conmovía. Me gustaban mucho los Walker Brothers, con esa solemnidad y
esas orquestaciones majestuosas que tenían. Me acuerdo de que me pareció
también un cambio cualitativo el primer disco de Status Quo:
«Pictures of Matchstick Man». Pero nada, ese tipo de discos estaban fuera de
lugar. El primer disco que seleccioné a
mi llegada a Radio Madrid fue «The Days of Pearly Spencer», de David
McWilliams, un pedazo de canción con muchísima clase, que pasó totalmente
desapercibida. Fui a la primera reunión de objetivos y dije que ese single había
que apoyarlo a muerte, como se había hecho antes con algunos lanzamientos de
los Bravos o de los Canarios, incluso de los Equals,
que habían publicado sus canciones en unas ediciones especiales que
sacaba El Gran Musical a cinco duros, pero nada. Fue como
predicar en el desierto. Lo único que me dejaban hacer de verdad era escribir
reseñas de discos en el periódico que tenían, donde se publicaba la lista de
los cuarenta principales. Allí reseñé, por ejemplo, el Voilà de Françoise
Hardy.
-En la radio tenías también
una especie de miniespacio, ¿no?
-Sí, es verdad: «Los cinco
minutos Schweppes». Aquello me subió a las alturas, porque coincidí allí
con Carmina Pérez de Lama y Mariano Albert. Eso
fue en el verano de 1968. Al final, me dijeron que no daba la talla como
profesional, que lo mío era como un híbrido entre diletante y quinceañero, y
que así no iba a ninguna parte [risas]. Al final me echaron de Radio
Madrid, pero tuve una especie de prolongación del trabajo en la revista
de El Gran Musical, que llegó a ser semanal. Allí formé equipo
con Aurelio González. Tuvimos una buena temporada, desde la
primavera de 1969 hasta la de 1970. A la vuelta del veraneo con la familia —yo
me pegaba un mes, dos meses, en la playa—, me encontré con que habían cambiado
al equipo del programa. Fue el propio Rafael Revert quien habló conmigo. Me
dijo: «Ya sabemos tus gustos y tal, así que cuando salga algo de los Byrds te
llamaremos». Aquello ya lo llevaba Nacho Artime, que era muy buena
persona, muy comprensivo, y Benito Rodado, que hacía muy buenos
programas, yo lo admiraba mucho. Pero yo ya no contaba con su confianza, así
que tuve que centrarme en la carrera.
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Una vida dedicada a la música en la radio, como prescriptor de lujo (Fotografía Begoña Rivas) |
-En cualquier caso, aterrizar
en Madrid te cambió la vida.
-Sin duda. Ahora en julio hará
cincuenta años que llegué. Recuerdo que, en el otoño de 1967, por casualidad,
me invitaron, en calidad de jurado de El Gran Musical, a ver a
los Brincos en Picadilly. Su «Lola» había sido la canción del
verano, así que hicieron allí una entrega solemne del premio. Picadilly, como
sabéis, fue luego la sala Rock-Ola. A mí el «Lola» de los Brincos nunca me ha
gustado mucho, pero en aquel concierto estrenaron «Nadie te quiere ya», y eso
me marcó para los restos. La tocaron en directo, sin trampa ni cartón. En Madrid empecé también a
comprar discos de forma desaforada. Iba mucho a las tiendas que dependían de
Radio Madrid, que también tenían un servicio de electrodomésticos. Había una en
la sede, como os he contado antes, y tenían también una sucursal en la calle
Raimundo Fernández Villaverde, cerca de Cuatro Caminos. Me compré un tocata
ahí, porque el mío lo fundí nada más llegar a Madrid. La luz que teníamos en
Zaragoza era a 125 y aquí en Madrid era a 220, así que fue poner «Like A
Rolling Stone», que fue el primer disco que puse nada más llegar, y el
tocadiscos se me quemó [risas].
-Claro, ¡era una canción
incendiaria!
-[Risas] El nuevo
tocadiscos lo compré a plazos. Era de estos que llevaban el altavoz en la tapa,
y que se podían cerrar. No era estéreo porque yo lo quería como los discos que
compraba: monoaurales. Elepés compraba muy pocos. Compraba muchos singles pero
sobre todo extended plays, porque al cambio salían más baratos.
-¿Y en la radio qué programas
escuchabas entonces?
-En esa época recuerdo que me
agarraba mucho al Vuelo 605 de Ángel Álvarez, que era a la
hora de comer. Para mí era como una liberación. Me quedaba enfrascado ahí,
escuchándolo… Luego, en 1971, empezó a emitir
Popular FM y muchos de los que yo había conocido durante mi breve paso por la
radio comenzaron a trabajar allí, como Julio Ruiz, por
ejemplo. Vicente Cagiao, a quien conocía de las tiendas de discos
de Radio Madrid, también consiguió tener su programa, Ciclos,
con Antonio Valdivia. Yo, lo reconozco, me moría de envidia, estaba
deseando que alguien de allí me llamara. En esa época, no obstante, gracias a
la intervención de un amigo, José Manuel Cuevas, un chico muy
dinámico y avanzado que siempre sabía dónde estaba la acción (él fue, por
ejemplo, quien me introdujo en la música soul), conseguí
entrevistarme con Alfonso Eduardo, que era entonces el director de
programas de Radio Juventud, pero no hubo suerte. Así que un día, harto, me
planté en la calle Juan Bravo 49, sede de Radio Popular, y me cogieron. Y ahí
fue donde empezó mi carrera de verdad como locutor.
-Entraste sustituyendo a
Moncho Alpuente.
-Cierto. Empecé colaborando en el
programa que Moncho Alpuente hacía junto a Julio
Palacios, Autorretratos. Lo tuve que sustituir una temporada,
porque él estaba haciendo la mili. En esa época yo estudiaba con Manuel
Domínguez en la Escuela Central de Idiomas. Él era vecino mío,
estudiaba Arquitectura, y era muy aficionado a la música, sobre todo a la
música francesa. Hablábamos mucho de Brassens, y coincidió en la
mili con Moncho Alpuente. Ese fue nuestro contacto. Y a través de él
conseguimos hablar con Gonzalo García-Pelayo, que era entonces el
jefe de programas de Radio Popular FM, y le planteamos hacer un programa
propio. El título del programa le encantó: Ozono. Y nos dijo: «No
sé lo que vais a poner, pero es que me gusta tanto el título, que adelante». El
nombre al programa se lo pusimos por una canción que nos gustaba mucho de Commander
Cody: «Lost In The Ozone».
-Radio Popular fue una emisora
imprescindible en esos años dorados, algo así como una universidad musical.
¿Cuál es tu mejor recuerdo?
-Estar cerca de gente tan
brillante como Gonzalo García-Pelayo, Moncho Alpuente, Luis Mario
Quintana, Adrián Vogel… A través de ellos conocí a Carlos Tena,
también a Ramón Trecet. A Joaquín Luqui ya lo
conocía de Radio Madrid, pero también estaba por allí, al igual que a José
María Goñi, que era su control. Ambos venían de Radio Pamplona, que se
llegó a llamar Radio Requeté [risas]. Yo la oía, en tiempos. Era la
emisora más importante de Pamplona en los cincuenta y sesenta. Recuerdo que, en esa época,
en verano, había que hacer muchas sustituciones, porque coincidía que la
mayoría estaba haciendo la mili. Así que me llamaba Moncho Alpuente, por
ejemplo, y me decía: «Oye, Juan, que
mañana tengo imaginaria, no puedo hacer el programa». Y yo, en un cuarto de
hora, porque vivía al lado de la emisora, salía pitando, cogía los primeros que
veía, y llegaba allí con mucha excitación. En una ocasión que le sustituí, a la
media hora de programa o así, apareció el propio Moncho, porque había logrado
escaparse. Así que hicimos el programa mano a mano, los dos. Fue graciosísimo.
Yo llevaba preparado un repertorio muy afrancesado. Cosas de Michel
Polnareff, Sylvie Vartan, Françoise Hardy. A Moncho le gustaban
mucho los cantautores: Brassens, Brel, Serrat. Él me
descubrió a Fabrizio de André, que hacía unas adaptaciones
maravillosas de Brassens. Recuerdo aquel disco que se llamaba: «No al dinero,
no al amor, ni al cielo». Los dos juntos éramos una especie de antinomia. En lo
único en lo que coincidimos aquel día fue en Mina. «¡La grande de
verdad! ¡Por fin nos hemos puesto de acuerdo!», decía. Yo había llevado «El
cielo en casa», y lo pusimos. Fue todo muy improvisado.
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Sigue trabajando con contrato de obra en Radio 3 (RNE), no es fijo de RTVE (Fotografía Begoña Rivas) |
-En aquella época, la música y
la política iban muy unidas. ¿Te definiste en algún momento como contestatario?
-No. Yo nunca fui muy
contestatario, pero Manuel sí, él estaba muy implicado. Solía acudir a
recitales de cantautores con gente como Antonio Gómez o Álvaro
Feíto, que era muy cercano a Elisa Serna e Hilario
Camacho. Pero yo era más bien un espectador de aquella escena. A Manuel, de
hecho, lo llegaron a detener por ser delegado de curso. Dieron un soplo por
algo que no llegó a ser ni un amago y saliendo del metro, cerca de la Cibeles,
le echaron mano y estuvo una temporada preso. Recuerdo que en 1974 nos llamó
uno a la radio, porque entonces permitíamos llamadas de los oyentes, y nos retó
a poner «El rey de los estúpidos», de Brassens. Aurelio dijo que sí, que claro
que se atrevía, y la puso. En esa canción se hace referencia al «viejo Franco».
Ese disco no se publicó aquí, pero nosotros la teníamos en la emisora.
Curiosamente, «La súplica para ser enterrado en la playa de Sète» sí que se
había editado en España. Fue de hecho uno de los primeros discos que se
editaron aquí de Brassens. A Brassens siempre lo he estimado mucho, es una gran
referencia. Lo descubrí por un amigo de mi hermano pequeño, que, por cierto,
estuvo en Radio Madrid. Paco Ibáñez había adaptado muchas
canciones suyas. La canción que más me gusta de Brassens es «No existe el amor
feliz», adaptación de un poema de Louis Aragon. Es que una cosa te
lleva a la otra, un descubrimiento a otro. Luego compré más discos suyos en
rastros.
-¿Recuerdas si la policía
llegó a entrar alguna vez en la radio?
No, pero los grises estaban
siempre en la puerta. Tenían de hecho allí su garito, dentro de la emisora, por
si alguien ponía alguna cosa poder cortar rápido la emisión. Tenían sus turnos
y tal. En Prado del Rey estuvieron mucho tiempo, hasta que llegaron los de la
seguridad privada.
-¿Por qué dejaste Radio
Popular?
-En 1973, el día de mi cumple, el
19 de febrero, ocurrió una cosa muy extraña en la radio. Era un domingo por la
tarde y estaban emitiendo uno de esos programas de fin de semana en los que
hablan de todos los temas en plan tertulia. Estaban hablando de fútbol y de
repente cortaron la emisión. Hubo entonces un replanteamiento importante dentro
de la FM, que de hecho estuvo suspendida un tiempo. Por lo visto la dirección
lo hizo así porque decía que el Ministerio de Información y Turismo tenía
pinchada siempre Popular FM, así que para evitar cualquier posible intervención
se cortó la emisión de golpe y porrazo.
Cuando volvieron las emisiones,
fueron recuperando, poco a poco, a aquellos trabajadores que la dirección
pensaba que eran de confianza. Y ahí yo me quedé fuera. También Jorge
Muñoz, que hacía el programa de blues. Pensé entonces que se
había acabado el asunto, pero me volvieron a llamar en abril de 1974, y regresé
con Ozono. Me pusieron el programa a las ocho de la tarde, que era
un horario muy bueno. Así estuve hasta 1976. Por aquel entonces ya había
conocido a Rafa Abitbol. Juntos viajábamos a Londres para comprar
discos. Empezaban el punk y la new wave. Era un momento muy
interesante, pero económicamente nos daban lo comido por lo servido. Solo había
un control de continuidad, y queríamos más. Mejor sueldo, sobre todo. Hubo unas
cuantas reuniones para eso, con propuestas en firme incluso, pero el director
de la emisora, que tenía bastantes problemas familiares, cortó un día por lo
sano y nos echó a todos. Se quedó prácticamente solo, con el control de
continuidad, que era entonces Vicente Cagiao. Y ya sí que me quedé
completamente fuera. Fue una época muy mala, porque seguía bloqueado con la
carrera, no sacaba ninguna asignatura…
-¿Todavía seguías estudiando?
-Sí, yo perseveraba. Ya en 1978
la carrera acabó conmigo. Tuve buenos momentos, y llegué a tener buenos
profesores en las asignaturas de cuarto y quinto curso, como Bioquímica y
Bromatología, que trataba sobre la alimentación. Ahí saqué una nota buenísima.
Me hice muy amigo del entonces encargado de la cátedra, don Cipriano
Aragoncillo. Ha sido el mejor profesor que he tenido. Íbamos juntos a ver
películas, de las que recomendaban en la revista Triunfo. Era una
lumbrera. Consiguió que su departamento se convirtiera en tierra de promisión
para mí. Luego en la carrera había otras cosas, como la Estadística o los
Cultivos de la Fitotecnia, que se me atragantaron completamente. De cara a las
Navidades de 1978, cuando peor estaba con la carrera, me llamó Jorge de
Antón de Onda Dos. Él me conocía ya porque también había estado en el
consejo de redacción de Ozono. Me llamó y me dijo que en Onda Dos
había quedado libre el espacio de las seis de la tarde y que había pensado en
mí para cubrirlo. Yo le respondí enseguida que sí, y el 22 de enero de 1979
cambió completamente mi vida.
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No concibe la vida si no es al lado de la música y en la radio (Fotografía Begoña Rivas) |
-Ese día comenzó Flor
de Pasión. ¿Por qué lo llamaste así?
-Porque el nombre de Ozono me
lo habían quitado, por así decirlo. Así que sobre la marcha empecé a pensar en
otros nombres, cosas muy estúpidas como por ejemplo Emociones Baratas,
es decir, Cheap Thrills [risas]. Ese iba a ser en
principio el nombre del programa, pero el día que empecé fui antes a la radio a
ver a mi amiga Cucha Salazar, que en paz descanse, que fue quien
consiguió que Jorge de Antón se acordara de mí. Ella llevaba la promoción de
Ariola. Era una mujer con muchísimo estilo y clase, era arrolladora. Fui para
hacerle un buen regalo por el favor que me había hecho. Entonces, al llegar a
la emisora, veo que en el programa de la mañana tenían como objetivo el
disco Emociones de Julio Iglesias. Y en ese
momento me dije: «¿Emoción? Bueno, este
nombre lo voy a descartar» [risas]. Decidí entonces ponerle Flor
de Pasión, que era el título de una canción de Stoneground,
«Passion Flower», un grupo de San Francisco formado por los músicos que habían
participado en el musical Hair, y que siguieron tocando juntos
con Sal Valentino, el guitarrista de los Beau Brummels.
No tuvieron mucha suerte, pero en su época hicieron muchas actuaciones.
Aparecen, por ejemplo, en Los últimos días del Fillmore. De «Passion
Flower» tienen una versión en estudio, pero a mí la que me gustaba era una en
directo que salía en un elepé doble. Esa versión la había utilizado muchas
veces para cerrar Ozono, así que me servía bien para enlazar las
dos etapas.
-En ese primer Flor de
Pasión, ¿ya utilizabas la sintonía de Paul Mauriat?
-Sí, sí. La había oído en los
sesenta, fugazmente, en un programa de televisión, cuyo nombre ahora no
recuerdo. Tenía mucho gancho. Luego la recuperé gracias a unas chicas que eran
como un club de fans mío. Dos hacían Biología y la otra Medicina. Estudiaban
todas juntas. Yo las llamaba «Las Tres Gracias», y a veces venían a verme al
estudio de Juan Bravo, cuando estaba en Popular FM. Un día me trajeron
unos discos que habían encontrado en casa de la tía de una de ellas, y el
primer disco que me pusieron fue el «Attends ou va-t’en», el tema que Gainsbourg le
hizo a France Gall, en la versión de Paul Mauriat.
Recuerdo que también me pusieron otro de Claude François, «Igual
que si tú volvieras», y cosas de Aznavour, aquella de «Ayer cuando
era joven», tan melodramática, que es para echarse a llorar constantemente [risas].
Aquello me marcó bastante, sobre todo la versión de Mauriat, que me retrotraía
a los tiempos de la televisión de la segunda mitad de los sesenta. Así que
pensé que podría ser la sintonía ideal.
-Da sin duda un toque muy
especial al programa. En cuanto la oyes, sabes que va a empezar algo distinto,
te pones como con otra actitud.
-Sí, es que la canción ya te lo
dice: «Espera o vete». Con esto pretendo
enganchar al oyente, y mientras dura la sintonía yo reflexiono y me concentro
para dar forma a las sensaciones. La escucho además con cierto apremio, porque
es una música que me llama, que me dice que tengo que espabilar, que el
programa empieza. Es muy de bulevar. Piensas en París y en tardes lluviosas. Es
una presentación muy poética. Lo cierto es que es como un semiplagio de una que
cantaba Neil Sedaka: «One Way
Ticket», la vuelta de «Oh, Carol».
-Ningún locutor de radio se ha
comprometido con la audiencia como tú lo has hecho.
-Siempre me he sentido muy
cortado en los exámenes orales. Suspendía muchos. Incluso el PREU fue un examen
oral. Me acuerdo de que era de francés, lo llevaba muy trabajado, pero la
lectura que hice fue horrorosa porque iba muy tocado. Siempre me ha afectado
hablar en público. La gente siempre me ha impuesto mucho. Y gracias a la radio
yo he ido rompiendo esa barrera. Al principio estaba todo el rato asustadísimo.
Pensaba que no iba a poder ser capaz de dedicarme a esto. Así que vivo todo
esto como un desafío: imagino al que me escucha como un examinador. Luego me
siento muy afectado. Esa es otra cosa que tengo superar. Tengo ese atavismo
ahí, que va como en carne viva… Entonces para mí el programa es como un
combate, en el que tengo que fajarme a mí mismo. A veces me digo: «No voy a
terminar, no voy a ser capaz». Y me desfondo. Es una tensión terrible.
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Varias generaciones le han seguido de un lado para otro, con "Flor de Pasión" en su regazo (Fotografía Begoña Rivas) |
-En directo te has roto muchas
veces. Como cuando tuviste aquel accidente de tren, en el que murió tu chica, y
lo contaste en antena.
-Es que no podía hacer otra cosa.
No podía canalizar lo que me había pasado. En aquel accidente lo di todo por
perdido. La sensación primera fue: «Estoy vivo», pero no podía ver con el ojo
derecho, lo tenía ensangrentado. Salí por la ventana de emergencia. La suerte
es que la gente acudió en mi auxilio muy rápidamente. Salté del tren
despavorido, porque aquello estaba ardiendo. Y nada, me tumbaron en el suelo,
en un prado. Recuerdo que hacía una mañana muy bonita de sol. Era un 5 de
enero, sobre las diez y media. Y ahí tirado pensé: «Aquí ya me quedo. Acepto
todo lo que venga. Después de esto, lo que sea». En el accidente me partí la
columna, y eso me ha influido mucho, porque me he quedado mucho más envarado.
Ya no tengo la prestancia de entonces. Y además ahora tengo unas caídas de lo
más tontas. Hace menos de un mes me tuvieron que llevar a urgencias en
ambulancia. ¡Me di una! Iba a coger el tren. Llevaba los discos encima, una
maleta llena de vinilos, y subiendo unas escaleras, me caí para atrás. No me
podía ni levantar. Me cogieron los de seguridad, llamaron a la ambulancia, y
estuve horas pensando que me había roto la espalda, porque me di en el mismo
sitio que entonces, en la zona lumbar. Me quedé paralizado, como una ballena,
ahí varada. Menos mal que el celador del hospital era oyente mío. Me miraron a
fondo, y me dieron el alta enseguida. Estas son las secuelas que me quedan de
aquel accidente. Fue sin duda un antes y un después en mi vida. Fue un impacto
tremendo. Además pensaban que me había roto el cráneo, porque tenía la cabeza
ensangrentada… Fue espantoso, una masacre. Mejor no recordarlo más.
-Cambiemos de tema entonces.
¿Cómo viviste el ERE de Radio 3?
-Lo viví con extrañeza. Jesús
Ordovás ya me había anunciado que le llegaba la jubilación, porque él era fijo
de la casa. Pero luego me extrañó que se prejubilaran otros amigos, como Chema
Rey, Jorge Muñoz o Juan Antonio Fernández, que
en paz descanse, porque ellos eran bastante más jóvenes que yo. No sé,
pensarían que era el momento oportuno, porque lo cierto es que conservaban
prácticamente el sueldo. Me decían: «Sigue
tú, que tienes afición» [risas]. Y era verdad, por eso he seguido.
Es que no veo otra manera ya de vivir. Además, al tener el contrato este que
tengo, que es un contrato por obra, porque yo no soy fijo, estoy siempre en ese
fondo de inseguridad. Me lo van renovando de forma automática, eso es verdad,
pero en Prado del Rey quedamos solo dos personas con un contrato así. Por otra
parte, me dejan hacer, no me siento encorsetado. Tengo esa libertad, y eso es
lo que me ha permitido seguir tantos años. Lo cierto es que cada programa es un
milagro.